GIAMPIETRI Y GARCÍA: HERMANOS DE SANGRE
Que en una época nefasta, el Perú fue asolado por el terrorismo sin banderas ni ideales, es cierto. Pero también lo es que a él se le respondió con igual orfandad de principios, de perspectiva política, social e histórica. Se recurrió a la “Guerra Sucia”, o sea al “Terrorismo de Estado”. Las FF. AA. y Policiales dejaron de ser Fuerzas del Orden, para convertirse en terroristas que no se jugaban la vida ni la libertad como los otros, sino que el Estado les pagaba y aseguraba su impunidad. A los actos vesánicos de los primeros, no se les respondía con el peso de la ley y la razón, sino con igual o peor bestialidad; con el agravante que los unos eran criminales y los otros representaban a la autoridad, que en todo país civilizado tiene leyes de carácter nacional e internacional a las que están sometidas. ¡Pero si hasta las guerras entre Estados tienen normas que respetar y por eso hay “crímenes y criminales de guerra”, según Tratados y Convenciones multinacionales que no es el caso citar! No se trataba de una lucha entre dos bandas criminales, aunque lamentablemente era frecuente que así lo parecieran.
En esta confusión y falta de identidad de roles, la tragedia peruana discurría cuando alcanzó una triste notoriedad el Vicealmirante Luis Giampietri quien se había especializado como un experto en “Demolición y Operaciones Especiales”. Interesante especialidad para un marino. Durante la Revolución de las FF. AA que encabezó el General Juan Velasco Alvarado, la Marina de los “blanquitos” y los nombres extranjeros, fue la más reacia a plegarse al Ejército de los cholos mucho más numerosos y con mayor poder de fuego. En la Marina Gampietri era conocido como uno de los jefes más ultra reaccionarios opuestos a la Revolución. Y como el mundo da vueltas tuvo su debut no en un enfrentamiento de guerra convencional, sino como TERRORISTA. En efecto, siguiendo sus tendencias e impulsos, dinamitó un barco pesquero de Cuba, país con el que se había reanudado relaciones diplomáticas y comerciales, así como con la URSS. Pero no todos los jefes de la Marina eran reaccionarios, los había también revolucionarios y de los “duros” como el Almirante GUILLERMO FAURA GAIG, nacido en Tarma, notable historiador, el primero en hacer estudios serios sobre los límites marítimos con Chile, básicos para nuestro reclamo en La Haya. Llegó a ser Ministro de Guerra y Marina en 1975, pero contaba con la oposición de los derechistas de la Armada. Hasta que un día en un acto terrorista típico además de traidor, le pusieron una bomba que trajo abajo la fachada de su domicilio. Todo apuntaba al “experto” Giampietri quien formaba parte de una conspiración que finalmente obtuvo el cambio de este ejemplar Almirante, temido por algunos pero admirado por muchos debido a su capacidad y carácter.
Sin embargo, el marino petardista, sin duda con indisimulables ambiciones políticas, cobró una truculenta notoriedad, cuando el 19 de junio de 1986, en su condición de Capitán de Navío, Jefe de la Fuerza de Operaciones Especiales, dirige lo que se conoce como: “La Matanza del Frontón”. Desde el día anterior los presos se habían amotinado en protesta por el trato inhumano que recibían en los penales como Lurigancho, Frontón y otros. Aprovecharon que se realizaba en Lima una Conferencia Mundial de la Internacional Socialista a la que asistieron 22 presidentes y cientos de periodistas de todo el mundo. Nada de esto impidió para que el joven y aun esbelto presidente García diera una orden digna de Sánchez Cerro en el Perú o de Pinochet en Chile o Leónidas Trujillo, el sátrapa dominicano: DEMOLER EL PABELLÓN AZUL con los presos en su interior y ajusticiar a los prisioneros rendidos en los penales. Conociendo cómo pensaban estos militares como el General Clemente Noel – primer Jefe Militar del tristemente célebre Cuartel de “Los Cabitos” y sus hornos crematorios – la orden de García Pérez a Giampietri fue escuchada por este con el regocijo que Drácula recibiría la orden de asaltar un Banco de Sangre. Y cuando todo estaba consumado y los cadáveres aplastados por los muros bombardeados y los que lograron salir, ejecutados, siguiendo las normas militares el “experto en demoliciones” llamó a García – el del “ego colosal” para decirle orgulloso de su acto “heroico”: “MISIÓN CUMPLIDA”. Participó en todas las matanzas Agustín Mantilla, Ministro del Interior, jefe del grupo paramilitar “Rodrigo Franco” quien se comunicaba por radio permanentemente con el presidente García, única autoridad para dar órdenes de tal maginitud.
Estos políticos que son “valientes” para mandar matar, y militares que matan sin combatir, son según lo demuestran los hechos históricos unos cobardes, peor que el terrorista que pone un coche bomba en una calle, pero sabe que si lo agarran lo matan. Los otros tienen asegurada la impunidad y hasta son ascendidos y declarados héroes. Tal vez el ejemplo más cabal de lo que son estos asesinos cobardes, esté representado por el Capitán de Fragata argentino Alfredo ASTIZ, más conocido como el “Ángel de la Muerte” quien fue el torturador sádico de la “Escuela Mecánica de la Armada” donde murieron cientos de secuestrados y luego fueron “desaparecidos”. Al producirse la Guerra de las Malvinas, ante la invasión del Imperio Británico, lo enviaron como comando. Y ¿qué creen que hizo ese marino “entrenado para matar”, como alguna vez dijo para justificar sus torturas?: SE RINDIÓ, sin disparar un tiro. Pienso que antes del combate, más preocupado estaba por comprobar la “bandera blanca” que llevaba consigo y enarboló, antes que revisar su equipo bélico. Confesar sus crímenes y luego retractarse, ha sido la constante de los grupos paramilitares peruanos. Y muchos de estos “valientes” defensores de la democracia, cuando se enteraron de los planes del General Velasco para recuperar lo que nos había quitado Chile, pidieron su baja unos y otros llenaron los consultorios psiquiátricos para tratarse del pánico en el que habían entrado. Grau, Bolognesi y Quiñones, no han tenido émulos: solo alabarderos.
Está claro que hablamos de vínculos de sangre, no de los lazos subterráneos de la corrupción política que hicieron de un “experto en demoliciones” primer Vicepresidente de la República, de Alan García, claro está. Aprista por ascendencia y cariño al Sr. Haya de la Torre, ante cuya muerte natural, le dio tal abatimiento que obligó a sus compañeros de “lucha” a internarlo en una clínica para que le aplicaran un tratamiento del sueño y lo volvieran a la realidad. Lo que aprovechó muy bien para sacar provecho pecuniario, que los mártires apristas y sus líderes supervivientes, por mucho tiempo también señalados como “LA SECTA TERRORISTA”, habrían repudiado. Hoy figura en las páginas rojas y judiciales del Perú y el extranjero, mientras muchos socios políticos como Alex Kouri y compañía purgan condenas por organizar mafias para depredar alcaldías, regiones y al país entero.
Ahora que se está hablando de tipificar la apología del terrorismo hay que hacerlo integralmente: no solo de Sendero y Abimael, sino de los crímenes cometidos por policías y militares en el contexto de una “Guerra Sucia” que formaba parte de la política represiva del gobierno de Fujimori.