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El día que pude matar a Luis Alva Castro  (II)

Publicado: 2018-02-09

Por entonces yo era el Secretario General de nuestro naciente Movimiento, y en tal condición hube de tomar algunas medidas para enfrentar una posible nueva agresión de una guerra declarada. Dispuse que nuestra “inteligencia” detectara si había infiltrados o grupos cercanos a la U. Para el caso de concretarse un ataque la puerta principal de acceso debería ser cerrada y bloqueada por un grupo de fornidos piuranos. La amplia puerta lateral del Salón de Sesiones, debería también ser cerrada y trancada con la enorme y pesada mesa tallada que servía en dicho recinto. Empero, había un problema serio que considerar: el local no tenía puertas de evacuación. Eventualmente quedaríamos enjaulados. Disponíamos de muy pocas armas: A De la Puente, quien perdió su Colt 38 en el proceso, le conseguí un Smit & Wesson 32 y una bolsa de plástico - que recién había entonces - con balas. Luis Pérez Malpica, quien era trejo con el puño, se consiguió un revólver 38, y yo tenía una Browning 25 nueva, pues una anterior me había confiscado la policía cuando visitaba de Lucho preso. No tenía cacerina de repuesto, salvo unas cuantas balas en el bolsillo. Y eso era todo nuestro “arsenal”. 

Los informes que recibí antes de iniciarse el acto, eran de una insólita tranquilidad. Todo transcurría sin el menor contratiempo, hasta que terminó la presentación del conferenciante por el profesor Ortecho. Inmediatamente De la Puente se dirigió al podio, y con su fogosa oratoria inició su conferencia. Fue entonces que a lo lejos – como los malditos de “Don Juan Tenorio” - se escuchaban gritos de: ¡Abajo los traidores! ¡Abajo los asesinos! Esas voces cada vez se acercaban más y se escuchaban con mayor fuerza. Lucho seguía hablando. Era evidente que venían en nuestra búsqueda. Sin perder la calma, disimuladamente, dispuse con quienes me ayudaban, se iniciaran los operativos de defensa. A los pocos minutos teníamos en el patio a un buen grupo - cerca de 30 - de los llamados “búfalos” quienes premunidos de sus conocidas armas: pirulos, manoplas, cadenas, esta vez portaban guijarros y pequeñas piedras que arrojaban por los vitrales de la bloqueada puerta grande de acceso al Paraninfo. Lo grave era que encontrándose dentro una masa estudiantil de hombres y mujeres abigarrada, todos los proyectiles que tiraban de fuera era casi seguro que caía en la cabeza de alguien. La sangre comenzó a brotar de algunos heridos, y mientras por un lado muchas chicas entraban en pánico; por otro los muchachos enardecidos comenzaron a sacar las baldosas del piso y arrancar las pesadas patas de las bancas coloniales para defenderse en caso de que nuestros enemigos consiguieran entrar.

No es difícil darse cuenta que la situación no era ninguna broma. Mientras LUCHO seguía hablando, decidimos con el Dr. Ortecho invitar al Decano para que abandonara el recinto que no prestaba ninguna garantía. Accedió, y al salir conmigo por la puerta del salón de sesiones, como autoridad pretendió reprocharles a los atacantes del recinto universitario. Pero fue acallado al arrojársele terrones y tablas pequeñas, una de las cuales me cayó a mí. No me quedó más que cerrar la puerta y trancarla con ayuda de los muchachos. Había que esperar hasta dónde llegaban, aunque era remota la posibilidad de que se retiraran. Retorné para organizar a la gente, cuando en eso un concertado “planchazo” del grupo aprista a la puerta del salón de sesiones, la abrió de par en par destrozándola. La pesada mesa se volteó quedando indefensa esa entrada. Fue entonces que yo asumo la decisión de evitar que ingresaran por ese lugar, pues las consecuencias serían imprevisibles. Pero ¿de qué manera? No había otra: a balazos. Les dije a quienes me ayudaban: “Si hay muertos tienen que quedar aquí, pues si entran esto va a ser una carnicería”. Por las razones que ya he expuesto, no iba a haber disparo, baldosa o palo arrojado que no le cayera a alguien.

En la puerta ya abierta y desgajada, apareció el grupo atacante, en actitud agresiva y gritando los mismos insultos. A la cabeza, en función de jefe, arengaba un joven alto y con una boina negra a quien yo no conocía. Estaban también viejos “compañeros de choque” a los había conocido en la clandestinidad. Se pararon en el umbral de la puerta y amenazaban con entrar. Sin perder tiempo adopté la decisión prevista: tomé posición de la pequeña puerta de acceso y cubriéndome tras la pared, saqué mi pistola e hice el primer disparo al aire, que al dar con el techo de yeso, se desmoronó en pedacitos. La reacción de los atacantes fue más violenta y estentórea. Entonces, bajando la mira, hice un segundo disparo en un ángulo de 45 grados. Pero igual, no se amedrentaron. Fue allí que me vi obligado a hacer un disparo horizontal al costado de Alva que seguía adelante. El silbido del proyectil sin duda fue escuchado por él. Se detuvieron, pues ya la escalada estaba clara: el próximo disparo sería al cuerpo de Lucho Alva. Y es que yo no tenía otra alternativa. Si no lo hacía, era palmario que estaba protagonizando un juego de muchachos que siempre he detestado y lo sabía De la Puente. Entonces retrocedieron un tanto y percibí que desistían de entrar.

Pero hay un detalle que debo señalar en honor a la verdad, y que pudo tener en ellos un efecto de algo que para mí sólo resultaba anecdótico: cuando yo me puse a cubierto apareció gateando un alumno sanjuanista uniformado (aún vive ya mayor) portando un revólver en la mano y, colocándose arrodillado entre mis piernas, me dijo: ¿“Dr. disparo”? – “Dispara”, le conteste. Conocía al estudiante, pero sabía que esa “arma” era de fogueo muy parecida a las verdaderas. Nuestros adversarios, naturalmente no lo sabían, y tan cierto es que en un Comunicado del Partido que publicaron al día siguiente, decían que: “el catedrático gánster Orbegoso, había hecho 11 disparos a los compañeros que fueron a protestar pacíficamente”. Yo solo hice 3, sin duda el resto fue de mi ocasional compañerito de armas. En el diario “La Nación” de entonces, conteste con la frescura que nos caracterizaba al grupo, que para hacer ese número de disparos “debía tener un revolver con 2 manzanas que yo desconocía”.(Años después conocí un revólver así en el Museo de Armas de Chapultepec-México) No contaron mal los compañeros los disparos. Pero ante un “fuego graneado”, tampoco podían arriesgar demasiado. Y se detuvieron, menos mal.

Ya para la especulación queda una incógnita: si hubieran insistido en entrar, con toda seguridad hubiese matado o herido a Lucho Alva, para mí en ese momento un joven desconocido con no más de 20 años, yo tenía 30. Hipotéticamente podía haber ocurrido dos cosas: o se replegaban, o enfurecidos entraban en mancha y entonces además de nuevos heridos o muertos, el primero que hubiese quedado hecho papilla era yo.

La noche ya caía y las hostilidades entraron en un interregno. Nosotros estábamos cercados como en el Alcázar de Toledo de la Guerra Civil Española, y ellos, amenazantes, no se movían del patio lanzando arengas. Finalmente hubo de intervenir el Prefecto, Coronel “Machote” RODRÍGUEZ RAZZETO . Él ingresó, entre pifias, a la U solo, pero afuera estaba acordonada por la Policía y la Republicana. Así fue evacuado De la Puente, mientras el tumulto comenzó a dispersarse. Lo del atentado y balacera de la Catedral también lo revelaremos: la historia no se oculta. Debe conocerse para sacar las enseñanzas respectivas.


Escrito por

Sigifredo Orbegoso

Doctor en Derecho: Constitucionalista. Ha enseñado en varias Universidades especialmente en la UNT (Decano)


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Dejemos de hablar a media voz.

No siempre se llama al "pan pan y al vino vino", por razones de interés o compromisos de otra índole de los cuales yo carezco.